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     Teresa Rojas de Vega
Las madres se están muriendo

Un día me di cuenta de que las mamás estaban muriendo. Supe que  doña Eulalia enfermó de neumonía y no se pudo recuperar, pocas semanas después fue la mamá de mi amiga, Patricia sufrió esa pérdida irreparable. Pasados algunos días me contaron que Marleny, mi antigua vecina, cayó al suelo presa de un infarto sepulturero.  Esto nunca había pasado, que tantas madres estuvieran muriendo. 

Por aquellos días pensé en esa contagiosa pesadilla, mi madre estaba lejos de mí, pero yo sabía que era muy fuerte, esa extraña enfermedad no la podía tocar a ella.  Le hablaba frecuentemente por teléfono, le contaba mis pesares porque ella era de hierro y mis problemas se tornaban muy pequeños al recibir sus amorosos consejos.

Cierto día que volvía del trabajo muy cansada, me acosté, añoraba a mi madre y entonces recordé cuando en casa vivía bajo su atención vigilante; siempre estaba ahí con el amor de las verdaderas madres, como las que se estaban muriendo.  Entonces quise pensar que mi madre no era de esas, sino de las madres hechas de roble que se olvidan que existen para darlo todo a cambio de nada, esas madres que no duermen, que nunca se cansan y que viven para siempre.

La recordé toda la noche y me quedé dormida junto a ella como si estuviera a mi lado, como si el pasado reviviera, proyectando imágenes fugaces pero muy reconfortantes.  

Soñé con muchos niños huérfanos de madre, todos vestidos de blanco, estaban muy felices porque se acababa la espera para uno de ellos, la espera por una madre que llegaba de otras tierras para hacerlo eternamente feliz.

Desperté enviando muchos besos a esa madre bondadosa que ocuparía un lugar especial en ese espacio desconocido y etéreo.  Minutos después, sonó el teléfono con un timbre angustioso; al contestar perdí todo aliento, mis ojos se desbordaron…

Mi madre se había ido para engrosar la estadística de las madres que se estaban muriendo.

Nunca sospeché que aquella enfermedad fuera tan contagiosa como para llegar a mi propio seno, y tras años de sufrir las secuelas de su muerte, continúo soñando despierta con la ilusión de verla algún día nuevamente, porque ella está ahí, esperándome, donde las madres permanecen eternas.

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