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EL PORDIOSERO

 

 EL PORDIOSERO

(LUZ ELENA VEGA ROJAS)

Hace parte del libro Cuentos para espantar el sueño

Aquella noche Alberto salió del trabajo un poco más tarde de lo acostumbrado, apuró el paso para llegar al teatro y cumplir la cita de su amada Leticia.  No había avanzado mucho cuando volvió a ver la figura del hombre mayor en el sitio de costumbre; extendió su mano como siempre. Automáticamente, le dijo:

-Permanece aquí todos los días, ya le he dado monedas muchas veces, póngase a trabajar. 

El pequeño hombre encorvado contestó por primera vez: “Perdone usted, no necesito dinero”.

De pronto, sintió vergüenza y se detuvo a observarlo como si su cuerpo hubiera quedado atrapado en el espacio y el tiempo. Nunca lo había mirado a la cara, sólo sabía que estaba en el mismo sitio todas las noches, su rosto estaba tan arrugado y pálido como si el paso del tiempo hubiera sido para él castigo más terrible, vestía harapos y zapatos rotos. ¿Por qué le había dicho que no necesitaba dinero? A leguas se notaba la extrema pobreza en la que vivía.

El paso de otros peatones no fue diferente, sufrió estrujones, gritos y desprecios; sin embargo, no se inmutó, no se movió y siguió levantando su mano como tratando de detener el paso indiferente de la multitud.

Alberto estuvo a punto de preguntarle por su incomprensible actitud, pero una venerable anciana se le acercó, tomó su mano y le dijo:

-Venga conmigo Manuel, lo llevaré a casa, ya es tarde.

Ella observó al joven de reojo y comenzaron a caminar lentamente.

La oscuridad de su alma se amalgamó con la noche y se sentó en la acera muy desconcertado. ¿Cómo no se dio cuenta de que era ciego? ¡Cuán indiferente había sido! La cita quedó atrás. Llamó a Leticia para avisarle que llegaría un poco tarde. Decidió seguir a la pareja de ancianos para ver en qué condiciones vivían, tal vez podría ayudarles de alguna manera.

Guardó distancia mientras iba detrás de ellos, de pronto estaba en un sitio desconocido, perdió la noción del tiempo. El lugar parecía peligroso; estaba poco iluminado y solitario, apagó el teléfono móvil pensando en evitar un atraco.

Los ancianos siguieron en su lento caminar y comenzaron a bajar unas gradas, se escuchaba el paso del río, entraron en una pequeña casa con ladrillo a la vista y techo de hojalata, la puerta era madera y estaba roída por los laterales.

No pudo evitar tocar, quería decirles que estaba extremadamente conmovido y que quería saber cuáles eran sus necesidades más apremiantes. La mujer abrió la puerta y lo invitó a pasar.

-Supe que nos seguía joven, es usted muy curioso.

El joven asintió con la cabeza y cuando estaba a punto de preguntar en qué podría ayudarlos, sintió detrás de su cuerpo una fuerza poderosa que agarraba sus brazos, la venerable anciana tapó su boca con una cinta ancha, mientras que el viejo se dio vuelta y le amarró los pies.

-Un poco agitado Manuel dijo:

-Cada vez es más difícil conseguir sangre fresca.

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