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RELATO DE UN CRIMEN

(Luz Elena Vega Rojas)

Foto tomada de: www.timetoast.com

 Aún 62 años después de aquel episodio violento mi padre llora al recordar. Corría el año de 1955 cuando sucedieron los hechos que terminaron con la vida del agregado Juan Bautista en la finca Guayaquil. El país estaba envuelto en una violencia atroz desde el magnicidio de Jorge Eliecer Gaitán y se habían creado grupos para controlar los conatos de violencia surgidos del asesinato del líder liberal: eran los “chulavitas” y los “pájaros”. Los primeros, patrocinados por el gobierno de Laureano Gómez quienes tenían influencia en la zona andina y los llanos orientales, y los últimos, por el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla que se encargaron de sembrar el terror en el Valle del Cauca. Ambos grupos eran selectivos, fueron utilizados para matar simpatizantes del Partido Liberal, situación que llegó a tocar la familia de Tirofijo, según cuentan quienes vivieron el horror. 

El asesinato de los padres de Tirofijo, unido a la idea de defenderse de los grupos antes mencionados sería el caldo de cultivo para una venganza que, dos décadas después, daría origen a la guerrilla de la F.A.R.C y produciría tantos muertos que no se han terminado de contar. La noche anterior al asesinato, la montaña estaba iluminada por pequeños tramos con los incendios que provocaron los “chusmeros”, como les llamaban a los alzados en armas que iban haciendo ajusticiamientos por el solo hecho de ser militante del Partido Conservador en esa zona del Viejo Caldas, pues quien dirigía las matanzas era Pedro Antonio Marín Marín; el mismo Manuel Marulanda Vélez y líder de la F.A.R.C. Dieciséis años atrás, en 1936, se había celebrado el matrimonio de mis abuelos paternos: Lucila Arias Arias, con apenas quince años y sin saber de dónde provenían los niños, se casó con Marco Aurelio Vega Montes, un hombre bastante mayor, procedente de Anaime (Tolima), quien había enviudado y tenía ya nueve hijos de su primera esposa. Mi padre, Rubiel, fue el tercero de los quince hijos de la pareja que habían llegado a este mundo como regalo de Nuestro Señor y por designios de la Santa Iglesia Católica. 

Muchos años después, cuando la abuela nos relataba sus historias, entre sus confidencias, nos dijo que había soñado repetidamente en su adolescencia, como si se tratara de una profecía, con muchos muñecos sembrados en la tierra que sacaba uno a uno y que después jugaba a vestirlos con retazos de tela. Vivieron en la finca Guayaquil, propiedad del abuelo la cual estaba situada a unos veinticinco kilómetros de Calarcá; tenía una extensión de sesenta cuadras, una parte era monte agreste y montañosa y otra estaba cultivada. La familia gozaba de gran abundancia. En la finca Guayaquil se cultivaba el cafeto arábigo como principal fuente de ingresos; el país estaba en plena bonanza cafetera. Así mismo, plátano, yuca y arracacha, además había gran cantidad de gallinas que proveían de huevos y carne para alimentar al batallón familiar y a los trabajadores. También, se tenían vacas lecheras tan productivas que servían hasta para bañar a los hijos durante sus primeros meses de vida. 

El abuelo vendía las cargas de café en la Federación Nacional de Cafeteros con sede en Armenia; para el día de mercado llevaba siempre dos cargas y con el dinero recibido compraba carne de res y de cerdo, granos y abarrotes para abastecer la finca. Los tiempos se fueron tornando difíciles por la ola violenta que había desencadenado el episodio del Bogotazo. Las fincas empezaron a ser blanco de ataques sorpresivos en la región. Ante tales circunstancias, Lucila convenció a su esposo para ir a vivir en Armenia pues temía por la seguridad de sus hijos, pero Marco Aurelio siguió con sus cultivos y su personal de trabajo para proveer el sustento familiar. Rubiel decidió acompañar a su padre pues el amor que le tenía era infinito. Estaba durante la semana en la finca para ayudar en los trabajos y volvía el sábado con Marco Aurelio para compartir con la familia.

Una tarde, mientras los trabajadores recogían el grano maduro para iniciar el proceso de producción del café, llegó un trabajador de otra finca y avisó que los “chusmeros” estaban cerca, quemando todo lo que encontraban a su paso. Decidieron esconderse debajo de los palos de café que para entonces habían alcanzado una altura de dos metros; eran robustos, tupidos y estaban adornados con cerezas maduras. Esa noche en la montaña bajó la temperatura a unos trece grados centígrados aproximadamente, en la casa sólo se había quedado el agregado con su familia. La noche transcurrió en una calma pasmosa e interrumpida solo por los ruidos nocturnos de los animales.

Los hombres pasaron la noche en vigilia y poco a poco los incendios se fueron apagando con la lluvia pausada pero bondadosa. Estaba amaneciendo cuando Marco Aurelio, Rubiel y los trabajadores regresaron a la casa pensando que la pesadilla había llegado a su fin. Pero poco tiempo pasó cuando llegaron los hombres de Tirofijo, armados con palos, machetes y escopetas. Juan Bautista salió al encuentro del grupo y les ofreció desayuno, pronto todos fueron atendidos con la abundancia que la finca brindaba a trabajadores y visitantes. Se notaba el cansancio de unos y de otros, la noche solo había retrasado el paso del horror. Una vez terminado el desayuno, el líder del grupo armado ordenó llamar a todos los trabajadores y al dueño de la finca. Los hicieron formar en fila y comenzó el cuestionamiento por la filiación política. Los trabajadores habían sido avisados de que si se presentaba esa situación debían decir que su filiación era liberal. Uno tras otro afirmaron que pertenecían al liberalismo, el abuelo era liberal y así lo reconoció durante la formación. Mi padre también fue obligado a formar, había cumplido 16 años, no supo qué responder porque no tenía consciencia de lo político y porque su vida apenas había transcurrido entre la finca y la escuela a la que había asistido durante la primaria. El abuelo tomó la palabra y explicó que era su hijo y que todavía no sabía de política pero que él se encargaría de enseñarle sobre el Partido Liberal Finalmente, el agregado tuvo que responder la pregunta. Era un hombre leal a sus convicciones, honesto y trabajador. Explicó al líder que él era una persona de bien, que no le hacía mal a nadie, que era conservador y pidió casi llorando que no le hicieran daño, que tenía esposa y dos hijos pequeños. 

Esta súplica no conmovió a los “chusmeros”, de inmediato fue separado de los demás trabajadores y ordenaron su ajusticiamiento. Los demás solo pudieron observar el acto de crueldad, la muerte de un inocente; le dieron sendos palazos en la cabeza y cuando cayó a la tierra fue acuchillado por la espalda como remarcando la ira y el odio hacia los conservadores. En seguida, Tirofijo dio la orden a todos de abandonar el sitio y amenazó con matarlos si los volvía a ver. Cada uno de ellos corrió como alma que lleva el diablo para huir de los asesinos. Rubiel perdió a su padre en el camino, sentía que los chusmeros iban detrás, pisándole los talones. Después de algunas horas llegó a la cabecera de un pueblo; era Calarcá y dio aviso a los policías quienes hicieron caso omiso de lo relatado por mi padre. Al ver que no aparecía Marco Aurelio se devolvió y comenzó a gritar buscándolo por todas las fincas cercanas, en su desespero no se dio cuenta que había recorrido dos veces el camino a la finca, solo lo movía el deseo de encontrar a su padre. 

Cuando eran las cuatro de la tarde y las noticias eran conocidas en toda la región, una señora le pidió que no gritara más porque los “chusmeros” podrían estar cerca y matarlo por el alboroto. Marco Aurelio apareció cuando estaba caía la noche, había errado el camino hacia Calarcá. Los dos se encontraron en la casa de un familiar, estaban tan cansados y tristes por lo que había sucedido que no pudieron volver por el cuerpo de Juan Bautista. Esa noche llevaron dieciocho cadáveres al pueblo, era la cifra oficial después de la incursión armada. Al día siguiente los oficiales de policía, llamados también “chulavitas” por hacer parte de la fuerza del gobierno, armaron una cuadrilla para buscar a los asesinos. No consiguieron encontrarlos, en su lugar sacaron algunos trabajadores de varias fincas, acusándolos de ser informantes y simpatizantes del grupo armado. 

Aquellos inocentes fueron fuertemente maltratados y obligados a caminar tanto que uno de ellos falleció en el camino. Ni el abuelo Marco Aurelio ni su familia pudieron volver a su finca porque tuvieron que engrosar la lista de tantos desplazados de la violencia; el horror se mantuvo latente en la zona montañosa por mucho tiempo más. Tres años después el abuelo falleció a causa de pena moral. La impunidad de los tiempos del corte franela y de corbata reina desde aquella época e, irónicamente, algunos que se creyeron dioses para disponer de la vida, murieron de viejos sin que una bala los dañara

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