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POETAS DE COLOMBIA


FRANCISCO GIRALDO

(Aguadas, 1884; Bogotá, 1926)

Maestro de Aguadas, estudió derecho en Bogotá. En sus obras describe fielmente personajes y paisajes de su pueblo, uno de sus poemas titulado Titanes fue laureado en los juegos florales de Bogotá en 1917. A continuación un poema publicado por la Revista Cromos en 1923.


LA ALDEA PERDIDA

Mediaba ya la noche. Era tan hondo,
tan profundo el silencio, que en la aldea
nunca silencia igual habían oído,
nos contaban, sencillas, las abuelas.


Ni un rumor en las calles; en la plaza
sólo el trovar del agua fugitiva;
sombras que vagan mudas por la sombra
portadoras de magias y de enigmas.

Y ello fue: por la senda solitaria
del cuadro estrecho donde sólo medran
pobres yerbajos en las sepulturas
de los que mueren fuera de la Iglesia,
un grito agudo, mas como un rugido,
en pávidos temblores rasgó el aire,
y a poco entre el aullar de una jauría,
ya en medio de la calle,
con precisión sonó en los empedrados
el lento caminar de un mulo cojo
que a veces relinchaba y daba coces
contra invisibles fustigazos broncos.

Al pasar por la plaza, las campanas
gimieron como inquietas golondrinas;
en los oscuros vanos de la torre
chillaron a aturdir las agulillas,
y el ave misma de la sombra, el búho,
más intensa buscóla en su guarida.

Un gallo cantó lejos, y al conjuro
de ese avanzado precursor del alba
nada quedó de aquella pesadilla,
ni mulo, perros, ni relinchos, nada ….

Tornó el silencio a recoger sus redes,
que al sospechar quién fuera el personaje
de la infernal visita,
locos, desesperados, los hogares
más que rezar, gritaron el Magnificat.


Esto hace tiempo sucedió. La aldea
frecuentada era aún por Patasola
en las lúgubres noches de Cuaresma,
y era tanta la audacia de las brujas
y de los duendes era tal la flema,
que aquéllas instalaron su aquelarre
y éstos sus reuniones y asambleas
cabe un barranco, tras la sacristía,
frontero al muro mismo de la iglesia.
De allí se dispersaban por el pueblo,
o en el aire su vuelo romontaban,
las brujas viejas cabalgando escobas
con las brujas novicias a la espalda,
al punto en que del viejo campanario
caía en las sombras el memento de ánimas.
Y aquí poniendo en fuga el gallinero,
lejos, allá, espantando la vacada,
gritos y algarabías de molienda
fingiendo a media noche en las estancias,
regresaban al fin a su guarida
antes que el gallo saludase el alba.

Mas, la aldea pasó. Querida aldea
que al fugarse fugóse con mis sueños
de niño, gratos cuanto más se alejan
en tiempo y de lugar en el recuerdo.

Esas viejas historias son arrullos
con que aduermen sus nietos las abuelas
y con que, al recordarlas, ellas mismas
dulcifican la hiel de su existencia.

Hoy ya no hay en el pueblo vagabundo
entes que vengan a turbar la calma;
ni de supersticiones ni presagios
nadie ya adulto como ayer se espanta.
Se fue la aldea y a la par con ella
la noche huyó también con sus fantasmas
que ya esplende la luz en el poblado
y comienza a clarear dentro las almas.


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